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Mostrando las entradas etiquetadas como Cuentos de Brocelianda

11. Una ficha para nuestro manuscrito

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Titus B.   es esta noche un duendecillo nervioso . Aunque, como de costumbre, lee el Libro Grande con voz alta y firme, a ratos cierra los ojos, respira muy fuerte y guarda silencio, un silencio muy largo y muy pesado, y   busca ansioso a su alrededor entre la tierra y las luciérnagas . - ¿Qué es lo que buscas, maestro? Levanta los ojillos de la tierra y los deja clavados en los míos. - ¿Qué buscas? Pregunto de nuevo y su boca sonríe, sonríe a la palabra   maestro . Luego agacha la cabeza y torna en su búsqueda en pos de lo que quiera que sea. Y encuentra ese lo que quiera que sea, que resulta ser   un palo diminuto al que hace rayar la tierra con  guiones , guiones y más guiones   a los que no siguen letras escritas ,   sino muchísimas letras habladas ... Manuscrito Voynich. Detalle -  El   Manuscrito   Voynich , mujercita -y vuelve a mirarme-, se compone de  102 folios encuadernados  (23 x 16 cm), creados en la Europa Central en un momento cualquiera entre los

10. Los ojos del sueño

Aquel sueño me convirtió en un ser extraño : extraña a mí misma, a mis propios ojos que ya no contemplaban más el mundo sino ocultos tras otro par de ojos tan invisibles, tan imaginarios y tan ajenos que se me habían pegado a la piel. Igual que las lentes de Titus B... así   se me habían pegado en los párpados aquellos dos ojos que no eran míos   y , sin embargo,   miraban por mí ... Las manitas rechonchas del duende , que me pellizcaban la nariz con el auspicio de la luna,  hicieron que los abriera . Hicieron que me incorporase y lo mirara de frente...  Sé que me sabía culpable ,   pero no me condenó . Sentándose a mi lado, el   Libro Grande   en brazos y el   Manuscrito Cifrado   bien cerquita,   dejó  en silencio que sus piececillos descalzos se bañaran en la corriente tibia del   arroyo sin nombre . Abrió el Libro y buscó una página cualquiera, indefinible.   Volvió a mirarme , una decena de diminutas luciérnagas acudían ya a prestarle luz, bajó la cabeza  y comenzó a leer ...

9. De un arroyo sin nombre

Pasé el tiempo que faltaba para que el sol se pusiera sentada a la orilla de aquel arroyo sin nombre . Sus aguas cálidas me acariciaban los pies. Sus aguas cálidas…   Comí las avellanas que me trajo en el pico un ruiseñor azul , me tumbé boca arriba sobre la hierba húmeda y miré desde el suelo al cielo, clavando la vista en un sol que cada vez se hacía más lejano y más chico… que se moría. No sé cuándo cerré los ojos , pero lo cierto es que lo hice y lo cierto es que   un sueño profundo se apoderó de mí   y me condujo de un recoveco a otro de la conciencia, de un recoveco a otro en un estruendo de trinos.   De aguas cálidas que discurren mansas mientras acarician pieles . De aires templados que se visten de aromas, se cuelan por entre las ramas de los árboles y  te revuelven los cabellos y el alma ...

8. De seres que nunca has visto...

Dejé de leer cuando el sol estuvo bien alto en el cielo   y un reguero de gotitas saladas comenzaron su descenso piel abajo, recién nacidas de mi frente. Ojalá fueran dulces y pudieran calmarme la sed. Ojalá no se deshiciesen al tacto, sino que fueran sólidas como aceitunas y pudieran saciar este estómago hambriento. Cerré despacio el   Libro Grande , tratando siempre tratando de no hacer ruido.   Me levanté del suelo , restregándome con fuerza los ojos para poder abrirlos mucho y contemplar aquel derredor en el que estaba envuelta:   el   bosque era demasiado hermoso a esa hora . Amodorrado por el rumor de las aguas de un arroyuelo que no discurría muy lejos,  tenía el aire vestido de aromas y la piel teñida de un verde intenso .   Ni rastro de las sombras que de noche esparce por él la luna.   No hubo lugar adonde mirara y no encontrase vida ni rincón en el que hallar silencio . Algunos de los seres que vi habitan el mundo de ahí afuera, tu mundo. En cambio de la mayoría, si alg

7. Del ruido de las páginas pasadas

Las páginas del   Libro Grande   hacen mucho ruido al ser pasadas . Parecieran estremecidas por un escalofrío que solo ellas son capaces de sentir   en una tarde quieta y cálida como esta. Tengo hambre y tengo sed. Se me cierran los ojos a cada letra que voy uniendo y, sin embargo, he de seguir: que aunque la noche tarde en caer de nuevo   el duende puede abrir los ojillos en cualquier momento , puede desperezarse y aguzar el oído. Y descubrir el ruido inmenso que ,   al pasar ,   hacen las hojas de su Libro Grande …

6. Wilfred Michael Voynich

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Wilfred Michael Voynich El hombre que ves en la fotografía se llamaba Wylfrid Michal Habdank-Vojnicz, hablaba seis idiomas y era   químico, coleccionista, librero   (su tienda de libros raros e incunables se encontraba en el número 1 de Soho Square, en Londres),   anarquista   y   revolucionario. De ascendencia polaca,   había nacido en Kaunas   (Lituania)   el 31 de octubre de 1865. Su imagen medio borrosa en blanco y negro ilumina -de la misma forma que hiciera él con la multitud de ilustraciones que empleó para embellecer sus célebres  << Catálogos >> - a página completa la narración del   Libro Grande . Y es que el hombre de la fotografía   descubrió y compró a unos monjes nuestro   manuscrito , y fue esto en el colegio jesuita de Villa Mondragone en Frascati, cerca de Roma, allá por   el año 1912. De su apellido no tardaría en tomar prestado el nombre el extraño pergamino, que a los 102 folios encuadernados que lo componen ninguno había nadie sabido

5. La Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos

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      Bañadas por el fondo tan blanco del  Libro Grande , dos espléndidas imágenes se muestran ante mis ojos:      - La una, la fachada de mármol de Vermont -erigida entre  1960 y 1963-  de la  Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale  en  New Haven (Connecticut, Estados Unidos):        - La otra,  su fabuloso corazón :   Las dos,  cunita y refugio  de nuestro misterioso  Manuscrito   :)

4. El sueño del duende

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Manuscrito Voynich . Diagrama astrológico Se va la noche y llega al fin el alba .   Las luciérnagas ahogan su brillo   en la claridad creciente,   la luna cierra los ojos   y en las ramas más altas de los árboles y en las más bajitas de los arbustos   la vida se despereza , rendida ante un sol de principios de verano que atemoriza al duende y lo hace correr a ocultarse en cualquier sitio. Cuando siente que está a salvo se despoja de las lentes, dejando que cuelguen del cordel en lo blandito del chaleco; bosteza haciendo mucho ruido, entorna los ojillos fatigados de tantísima lectura nocturna, y duerme.                                            Yo lo observo medio atontada . Debo descansar también. Debo y, sin embargo, siento que   ninguna luz de ningún sol podrá aplacar en el sueño estas ansias de saber ... De manera que me levanto y avanzo con cuidado hacia los libros: el   Manuscrito Cifrado   y el   Libro Grande   que el duende dejó tumbados ante el huequecillo entre raí

3. El Manuscrito Voynich

Hace horas que Titus B. corre con los ojillos de un libro a otro : del Libro Grande al Manuscrito Cifrado, del   Manuscrito Cifrado   al Libro Grande.   Mordiéndose la lengua de intriga y de placer   mientras siente recobrado al fin su lugar en el bosque. Yo veo pasar el tiempo sentada a su lado pero no muy cerca , que si no, no se concentra. Al menos cien luciérnagas han acudido a la llamada de esas primeras que llegaron a dar luz al duende, y ahora   nuestro diminuto rincón del bosque está encendido por un día hecho de mil soles y una luna inmensa . Espero a que el duende diga algo . A que comparta conmigo un poco de lo mucho que parece estar descubriendo, pero apenas si se le escapa algún   ¡ajajá!   y palabrejas rarísimas como   Voynich …  << ¡Ajajá,   el Manuscrito Voynich ! Si ya lo sabía yo. Ya lo sabía yo... >> .  Eso dice las veces que dice algo. Cuanto resta lo llena con silencio, miradas de reojo y satisfacción grandísima en la cara. Sabe que me muero de

2. El Manuscrito Cifrado

Tenía las páginas llenitas de dibujos extraños : plantas rarísimas, mujeres diminutas que pasaban el tiempo tomando baños… - ¿Puedes leer lo que dice? Porque   también tenía letras , palabras que se encadenaban buscando frases en una lengua ininteligible. El duende , arrodillado ante el manuscrito misterioso, la cabeza muy pegada a sus hojas,   se ajustaba las lentes sobre el arquito hundido que el tiempo y el peso del vidrio le habían ido dejando en la nariz . - ¿Puedes leerlo,   Titus B. ? Despega la cabeza de los dibujos y las letras y me mira muy serio . No me contesta. Se ha enfadado. Le da mucho coraje que tenga tan poca paciencia. Toma el Libro Grande. Lo abre. Lo hojea. Una luciérnaga acude en su ayuda.   A las luciérnagas les encantan los duendes lectores . Pasa y pasa cientos de páginas hasta que al fin se detiene. - ¡Ajá! - ¿Qué has encontrado? Me mira. Los ojillos del duende sonríen ahora, apretujados tras las lentes. -   El   Manuscrito

1. Un manuscrito maravilloso

Desde que salimos de la   Villa de los Maestros   Titus B. está de muy buen humor . Parlotea todo el tiempo y   abre y cierra el Libro Grande   en busca de cualquier cosa nueva que enseñarme. -   ¿No extrañas a   Nimue ? Las pocas veces que se queda callado es porque le he hecho esa pregunta . Esas veces cierra el Libro si lo tenía abierto y mira al frente. Nunca me contesta. -   La echo mucho de menos ,   Titus B . Se para y se sienta muy serio   bajo cualquier arbusto. Se para y se sienta   y en una ocasión lo hace encima de algo raro . Había luna llena aquella noche . Y el asiento del duende resultó ser   un   manuscrito maravilloso ...

La criatura misteriosa

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     El verano se apaga este atardecer .    Todas las criaturas de Brocelianda se preparan bajo la atenta mirada de la luna llena recién nacida : el equinoccio de otoño es uno de los acontecimientos más esperados y el bosque, para la ocasión, se viste con hermosos ropajes de tonos dorados, rojizos y anaranjados. Una hilera de velas encendidas ilumina la orilla del lago , otorgándole un marco hecho de miles de llamitas titilantes que danzan joviales al son del suave mecer de las aguas.     Los árboles centenarios las contemplan embelesados . Los habitantes de los árboles, visibles e invisibles, se llevan las manos al pecho para dejarlas un ratito allí, unidas, admiradas: la puerta mágica que dibujan las velitas en torno al lago y señala el lugar por el que llegará hasta el bosque el otoño es tan bonita ...  🖌 Edward Robert Hughes, Midsummer Eve  (1908)      Una brisa cálida y juguetona se entretiene en desordenar mi cabello. Me estremezco.  Los últimos rayos de sol han sembrado

42. El último secreto

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-  ¿Adónde vas ,   Titus B . ? - Dónde vamos, dirás, mujercita. Me mira de pie desde el suelo y, como es tan chico, tiene que levantar mucho la cabeza si quiere clavarme esos ojillos suyos de viejo enfadado. - ¿Por qué? Da media vuelta y agarra una de las pocas sillas de su tamaño que hay en la estancia.   A la llama solitaria del candil que espanta la noche   en la sala de   la Torre ,   el rostro   muy serio   del duende se llena de sombras . - Mira lo que encontré. Va hasta la estantería que tiene más cerca . No le hace falta encaramarse a ningún sitio ni nada para coger el libro que quiere mostrarme. Tira de él. Titus B. tiene mucha fuerza para ser tan anciano y tan pequeño. Lo abre en canal. Lo hojea, chuperreteándose el dedo índice para pasar las hojas, y al final se detiene en una página. Vuelve a la silla y se sienta. -   Mira . Me agacho a su lado.   Huele a heno ,   Titus B . Siempre huele a heno.   Miro lo que quiere que vea . Un grabado de

41. De Hermes-Thot y el espíritu universal

«...Con estas palabras,   quedóse mirándome fijamente al rostro ,   de tal modo que me hizo temblar . Luego, cuando volvió a levantar la cabeza,   me pareció ver dentro de mi propio espíritu la luz , que consistía en un número infinito de virtudes,  convertida en un Todo ilimitado , mientras el fuego, rodeado y mantenido por una fuerza omnipotente, alcanzaba la estabilidad: esto fue lo que pude captar de aquella visión... Mientras yo estaba así fuera de mí, Él volvió a hablar: " Ahora has visto el espíritu, la forma primitiva, el origen, el principio de todo ..."». Hermes Trimegisto,  Poimandrès , Corpus Hermeticum

40. De vuelta al camino

Ha pasado mucho tiempo . Demasiado, tal vez. El tiempo es la peor de las alimañas . Se aferra a tus ropas y se mete entre el forro de tus faldas. Y ahí se queda. Agazapado. Aguardando quién sabe qué momento para comenzar a correr. El tiempo...  Habrá hecho que te olvides de nosotros .  Encerrados aquí .   Aprendiendo solo Dios sabe cuántas cosas   que despacio te iré revelando...  Roger el maestro se ocupa de que así sea . Pese al rostro vuelto de Titus B., que no lo acepta. Pese a todo. Aprendiendo. Si quieres mañana puedo escribirte lo que descubrí sentada ante el ventanal inmenso . Rodeada de libros. Apretujada entre ellos. Mañana ...

39. El bosque sin mí...

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-   Has perdido la cabeza . Los ojillos del duende miran al frente ,  fijos en una parte cualquiera del infinito. - La has perdido, mujercita. Vistos así , de perfil y sin las lentes que los haga parecer tan grandes,   semejan dos bolitas animadas perdidas en mitad de una nada que no reconocen . A nuestros pies un mundo completo toma forma y vida . Sobre las cabezas solo azul. Un azul negrísimo ya.  De noche . Y l a luna   redonda cual galleta plateada. Las botitas negras del duende apenas recuelgan del balcón . Con lo chico que es. Casi no sobresalen del alféizar de la ventana. Pero está aquí, sentado junto a mí, agarrado miedoso a mis faldas. -   Ese hombre es   el maestro . Se vuelve para mirarme y soy yo ahora la que evito unos ojos muy tristes.  A lo lejos   un millar de lucecitas parecen haber encendido el   bosque . Se mueven frenéticas de un lado a otro y por eso chocan muchas veces entre ellas y con los árboles. Son las luciérnagas... Lo demás es

38. El alquimista

Una capucha oscura le cubre la mitad del rostro . Casi no puedo verlo y, aún así, sería capaz de decirte que   es muy guapo ... ¡Cuando Titus B. despierte y descubra que he escrito esto se va a enfadar muchísimo! :) Se llama Roger , el dueño de la voz ronca. El hombre alto y corpulento. El hombre de la tez dorada y la barba apenas cubierta por unas pocas canas. Se llama Roger y me lo dijo uno de estos amaneceres. El mismo que vencí al sueño y me puse de pie.   Aquel que ayudada de sus manos grandes llegué hasta   el inmenso ventanal que abre el muro oriental   de la   Torre del alquimista   y se hace su dueño,   mostrándome un bosque hecho a base de copas de árboles muy viejos y muy altos . Del vuelo bajito de mil   libros volantes . Casi al pie de una luna que se moría ... Si hubiera vuelto la vista atrás habría encontrado a   Nimue   acurrucada junto al duende.   Ya sé de qué están hechas las marcas que tiene en el cuello . Me lo dijo el hombre guapo de la capucha os

37. La Torre del viejo alquimista

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Nimue   me hacía cosquillas en la nariz . Sin cansarse. Diligente. Habilidosa. Quería que abriera los ojos. -  ¿Dónde estamos? Con los párpados pesados como piedras   que trataran de llevar al condenado al fondo de un río,   veía a la perrita mirarme desde arriba , desde lo alto de unos ojos que habían vuelto a sonreír. -  ¿Cuánto tiempo llevamos aquí? No sentía dolor. Ni siquiera cansancio.   No sentía nada tendida sobre aquel lecho mullido   salvo esa extraña languidez que luchaba por arrojarme de nuevo a los brazos del sueño...  -  ¿Y   Titus B. ? La patita derecha de Nimue me selló los labios . Me decía no grites mientras sus ojos se detenían en algún punto más allá de mí. El pequeño viejo estaba allí . Lo vi al volver la cara.   Pegado a una chimenea muy grande   en la que ardía el fuego que calentaba la estancia en penumbra que nos acogía. Tendido boca arriba,   los bracitos extendidos y extendidas las palmas de las manos , sobre el Libro Grande que se

35. Los signos

-  Nimue no tiene marcas ,   Titus B . Pobrecita,   me ha   dejado a mi antojo buscar y rebuscar por su piel los misteriosos signos   que en ella ha dicho ver el duende . Pero no los encuentro. Titus B. está callado y enfadado y asustado y no sé cuántas cosas más. De modo que ni habla ni hablará. Y la luna, entre tanto, se apaga y   la  " tapadera de la marmita "  se va tiñendo de a poco de un azul extraño , cuasi artificial . Pronto se hará de día y tendremos que volver a ocultarnos de la luz. Llegará de nuevo la noche y no habré logrado arrancar al duende de debajo del árbol que lo atrinchera. -  Tienes que esperar , Titus B. Esperar el amanecer sin cerrar los ojos...  ¡ Tienes que   ver los diamantes ! Entonces en el bosque se oye un suspiro ,  largo, profundo. Proviene de uno de esos rincones que todos tenemos en el pecho, uno de esos de muy muy adentro y que en los duendes tiene que ser chiquísimo. - ¿Titus B.? Nimue me empuja con su hociquillo húm