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Mostrando entradas de mayo, 2023

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John Everett Millais, A Flood  (1870)  

Gnomo

Pasa tus años de aprendiz derrochando Valor por tantos años de ir vagando A través de un mundo que con cortesía De la torpeza de aprender se libra Samuel Beckett

Rapunzel... ♡

Una publicación compartida de Lola García de Luna (@lolagarciadeluna) el Mar 29, 2018 at 3:55 PDT   Johnny Gruelle, Rapunzel

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N. C. Wyeth (1922)

¿No es cierto...?

     <<¿No es cierto, puesto que el orden del mundo está regido por la muerte, que acaso es mejor para Dios que no crea uno en él y que luche con todas sus fuerzas contra la muerte, sin levantar los ojos al cielo donde Él está callado?>>. Albert Camus, La peste 

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Evelyn De Morgan, The Dryad  (1884 - 1885)  

Sobre el mar

No cesan sus eternos murmullos,  rodeando las desoladas playas,  Y el brío de sus olas diez mil cavernas llena dos veces,  y el hechizo de liécate les deja su antiguo son oscuro. Pero a menudo tiene tan dulce continente, que apenas se moviera la concha más menuda durante muchos días, de donde cayó  Cuando los vientos celestiales pasaron, sin cadenas. Los que tenéis los ojos dolientes o cansados, brindadles esa anchura del Janar, como una fiesta; y los ensordecidos por clamoreo rudo o los que estáis ahítos de notas fatigosas, sentaos junto a una antigua caverna, meditando, hasta sobresaltaros, como al cantar las ninfas. John Keats

James Montgomery Flagg, "The Bookman" (1896)

Una publicación compartida de Lola García de Luna (@lolagarciadeluna) el 10 Abr, 2018 a las 9:40 PDT

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Charles-Amable Lenoir, A Nymph In The Forest

Pero...

     <<Pero llegó un momento en que quedaron entregados a los caprichos del cielo, es decir, que sufrían y esperaban sin razón.      En tales momentos de soledad, nadie podía esperar la ayuda de su vecino; cada uno seguía solo con su preocupación. Si alguien por casualidad intentaba hacer confidencias o decir algo de sus sufrimientos, la respuesta que recibía le hería casi siempre. Entonces se daba cuenta de que él y su interlocutor hablaban cada uno cosas distintas. Uno en efecto hablaba desde el fondo de largas horas pasadas rumiando el sufrimiento, y la imagen que quería comunicar estaba cocida al fuego lento de la espera y de la pasión. El otro, por el contrario, imaginaba una emoción convencional, uno de esos dolores baratos, una de esas melancolías de serie. Benévola u hostil, la respuesta resultaba siempre desafinada: había que renunciar. O al menos, aquellos para quienes el silencio resultaba insoportable, en vista de que los otros no comprendían el verdadero lenguaj

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