5. Judíos, cristianos y musulmanes
Cristianos, judíos y musulmanes la abrazaron. La hicieron suya. Permitieron que se amalgamara con sus fijas ideas acerca del mundo y de Dios. La aceptaron las tres religiones del Libro. La aceptaron y a lo mejor tú, igual que yo antes de haber conocido nada acerca de esto, te estarás preguntando ahora cómo es que pudo ser posible.
Pero es que el cristianismo -aquel vasto universo al que había tenido acceso valiéndose de dos vías: el Imperio Bizantino y al-Ándalus- no había hecho de la alquimia sino el espejo en el que se miraba la Revelación: y de Jesucristo la piedra filosofal, la misma que permitía la transmutación de un metal cualquiera en el oro y la plata sagrados.
El Islam -que nunca mostró reparos en acoger en su seno a cuanto de arte anidara en las regiones por las que se iba extendiendo, sino que, y más al contrario, incorporaba esas doctrinas preislámicas a su propio corpus doctrinal- vio nacer en el siglo VIII d.C., de la mano de Dyâbir ibn Hayyân, una escuela de alquimistas que nos legaría numerosos escritos.
Y el judaísmo no iba a actuar de modo distinto a como lo habían hecho sus religiones hermanas. De modo que la alquimia creció y creció, y se hizo grande, más y más grande cada vez, a cada paso de gigante que daba mientras no paraba de transcurrir la historia.
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