Para vivir no quiero islas, palacios, torres. ¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres! Quítate ya los trajes, las señas, los retratos; yo no te quiero así, disfrazada de otra, hija siempre de algo. Te quiero pura, libre, irreductible: tú. Sé que cuando te llame entre todas las gentes del mundo, solo tú serás tú. Y cuando me preguntes quién es el que te llama, el que te quiere suya, enterraré los nombres, los rótulos, la historia. Iré rompiendo todo lo que encima me echaron desde antes de nacer. Y vuelto ya al anónimo eterno del desnudo, de la piedra, del mundo, te diré: «Yo te quiero, soy yo». 🧚♀️ Pedro Salinas Rogelio de Egusquiza, Tristán e Iseo (La vida) (1912)
Profeta de mis fines no dudaba del mundo que pintó mi fantasía en los grandes desiertos invisibles. Reconcentrado y penetrante, solo, mudo, predestinado, esclarecido, mi aislamiento profundo, mi hondo centro, mi sueño errante y soledad hundida, se dilataban por lo inexistente, hasta que vacilé cuando la duda oscureció por dentro mi ceguera. Un tacto oscuro entre mi ser y el mundo, entre las dos tinieblas, definía una ignorada juventud ardiente. Encuéntrame en la noche. Estoy perdido. 🧚♀️ Manuel Altolaguirre Lawrence Alma-Tadema, The Finding of Moses (1904)
<<¿Qué os admira? ¿Qué os espanta, si fue mi maestro un sueño, y estoy temiendo, en mis ansias, que he de despertar y hallarme otra vez en mi cerrada prisión? Y cuando no sea, el soñarlo solo basta; pues así llegué a saber que toda la dicha humana, en fin, pasa como sueño, y quiero hoy aprovecharla el tiempo que me durare, pidiendo de nuestras faltas perdón, pues de pechos nobles es tan propio el perdonarlas>>. Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño
<<Ante él tenía una habitación larga y estrecha, que se perdía al fondo en penumbra. En las paredes había estantes que llegaban hasta el techo, abarrotados de libros de todo tipo y tamaño. En el suelo se apilaban montones de mamotretos y en algunas mesitas había montañas de libros más pequeños, encuadernados en cuero, cuyos cantos brillaban como el oro. Detrás de una pared de libros tan alta como un hombre, que se alzaba al otro extremo de la habitación, se veía el resplandor de una lámpara. De esa zona iluminada se elevaba de vez en cuando un anillo de humo, que iba aumentando de tamaño y se desvanecía luego más arriba, en la oscuridad. Era como esas señales con que los indios se comunican noticias de colina en colina. Evidentemente, allí había alguien (...)>>. Michael Ende, La historia interminable
Comentarios
Publicar un comentario