Entradas

James Montgomery Flagg, "The Bookman" (1896)

Una publicación compartida de Lola García de Luna (@lolagarciadeluna) el 10 Abr, 2018 a las 9:40 PDT

💫

Imagen
Charles-Amable Lenoir, A Nymph In The Forest

Pero...

     <<Pero llegó un momento en que quedaron entregados a los caprichos del cielo, es decir, que sufrían y esperaban sin razón.      En tales momentos de soledad, nadie podía esperar la ayuda de su vecino; cada uno seguía solo con su preocupación. Si alguien por casualidad intentaba hacer confidencias o decir algo de sus sufrimientos, la respuesta que recibía le hería casi siempre. Entonces se daba cuenta de que él y su interlocutor hablaban cada uno cosas distintas. Uno en efecto hablaba desde el fondo de largas horas pasadas rumiando el sufrimiento, y la imagen que quería comunicar estaba cocida al fuego lento de la espera y de la pasión. El otro, por el contrario, imaginaba una emoción convencional, uno de esos dolores baratos, una de esas melancolías de serie. Benévola u hostil, la respuesta resultaba siempre desafinada: había que renunciar. O al menos, aquellos para quienes el silencio resultaba insoportable, en vista de que los otros no comprendían el verdadero lenguaj

...

Imagen

💫

Imagen
John William Waterhouse, Fair Rosamund  (1916)

Espejismo

No sé si alguna vez existió ese mundo Flotando a la deriva en las aguas del tiempo. A menudo lo he visto con su bruma púrpura, Parpadeando en el abismo de algún sueño vago: Sus torres extrañas, insólitos ríos, Laberintos gigantes, luminosas cavernas, Y cielos enmarañados, como esos que tiemblan, Ansiosos, al presagio infernal de la noche. Sus pantanos llegan a la costa desolada Donde se retuercen aves inmensas; Y en la cima ventosa Un pueblo antiguo yergue sus blancos campanarios Cuyos tañidos vespertinos aún oigo. No sé qué tierra es esa… no me atrevo A indagar cuándo, ni por qué fui o iré hacia ella. H. P. Lovecraft

Imagen

💫

Imagen
Florence Harrison, The Passing of Arthur  (1912)

Después de todo...

     <<(...) después de todo, no había ninguna razón para que la enfermedad no durase más de seis meses o acaso un año o más todavía.      En ese momento el derrumbamiento de su valor y de su voluntad era tan brusco que llegaba a parecerles que ya no podrían nunca salir de ese abismo. En consecuencia, se atuvieron a no pensar jamás en el término de su esclavitud, a no vivir vueltos hacia el porvenir, a conservar siempre, por decirlo así, los ojos bajos. Naturalmente, esta prudencia, esta astucia con el dolor, que consistía en cerrar la guardia para rehuir el combate, era mal recompensada. Evitaban sin duda ese derrumbamiento tan temido, pero se privaban de olvidar algunos momentos la peste con las imágenes de un venidero encuentro. Y así, encallados a mitad de camino entre esos abismos y esas costumbres, fluctuaban, más bien que vivían, abandonados a recuerdos estériles, durante días sin norte, sombras errantes que solo hubieran podido tomar fuerzas decidiéndose a arraigar e