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El texto

Veo las ingrávidas nubes Veo el ingrávido sol Veo lo fácilmente que dibujan Un interminable proceso Como si tuviesen confianza En mí que estoy en la tierra Como si supiesen que yo Soy sus palabras Inger Christensen

A Flora Nwapa...

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Despertar...

      Luego, de repente,   al bosque llegó la lluvia .  Precedida de un relámpago que rompió la noche.  Acompañada por un trueno que hizo temblar a los viejos árboles. Titus B.   tomó en sus brazos el Libro Grande   y lo apretó mucho contra su pecho.   Y buscó con desespero   –alumbrado por la decena de asustadas luciérnagas que habían acudido a su encuentro al saberlo despierto de nuevo-   el   Manuscrito Voynich . Y me entregó el Libro Grande para que yo lo protegiera mientras él tanteaba, nervioso, el suelo mojado con sus manitas. No lo encontró . Ni la luz de las luciérnagas ni el fuego del siguiente rayo nos dejaron verlo.   El Manuscrito Voynich se había hecho nada bajo la lluvia .  Aquella lluvia fría que llegó para borrar del bosque cualquier retazo de otro mundo...

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Edmund Leighton, A Favour  (1898)

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John William Waterhouse, The Crystal Ball  (1902)

El olvido

No es tu final como una copa vana que hay que apurar. Arroja el casco, y muere. Por eso lentamente levantas en tu mano un brillo o su mención, y arden tus dedos, como una nieve súbita. Está y no estuvo, pero estuvo y calla. El frío quema y en tus ojos nace su memoria. Recordar es obsceno, peor: es triste. Olvidar es morir. Con dignidad murió. Su sombra cruza. Vicente Aleixandre

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