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El olvido

No es tu final como una copa vana que hay que apurar. Arroja el casco, y muere. Por eso lentamente levantas en tu mano un brillo o su mención, y arden tus dedos, como una nieve súbita. Está y no estuvo, pero estuvo y calla. El frío quema y en tus ojos nace su memoria. Recordar es obsceno, peor: es triste. Olvidar es morir. Con dignidad murió. Su sombra cruza. Vicente Aleixandre

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Emily Hunt, Jealous Jessie  (1861)

El códice Voynich. El manuscrito más misterioso del mundo...

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John William Godward, The Posy

Si consideramos

Si consideramos lo que puede verse: motores que nos vuelven locos, amantes que acaban odiándose, ese pescado que en el mercado mira fijamente hacia atrás adentrándose en nuestras mentes, flores podridas, moscas atrapadas en telarañas, motines, rugidos de leones enjaulados, payasos enamorados de billetes, naciones que trasladan a la gente como peones de ajedrez, ladrones a la luz del día con maravillosas esposas y vinos por la noche, las cárceles atestadas, el tópico de los parados, hierba moribunda, fuegos insignificantes, hombres suficientemente viejos como para amar la tumba. Estas y otras cosas demuestran que la vida gira sobre un eje podrido. Pero nos han dejado un poco de música y un póster clavado en el rincón un vaso de whisky, una corbata azul un delgado volumen de poemas de Rimbaud, un caballo que corre como si el diablo le estuviera retorciendo la cola sobre la hierba azul y el griterío y después, de nuevo, el amor como un coche que dobla la esquina puntual, la ciudad a la es

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