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Reloj astronómico de Praga...

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Reloj astronómico de Praga

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John Roddam Spencer Stanhope, Charon and Psyche  (1883)  

La duda

  Cuando al escribir en ellas Contemplo tan lindas hojas, Entre si llore o si cante Estoy dudando, señora. Recuerdos tenéis en ellas Que desgarran la memoria, Por más que entre tantas flores Estas espinas se escondan; Que cuando un enamorado En himno de amores llora, Más que a cantar sus cantares, Su llanto a llorar provoca. Y los versos de ese muerto Tanto en lágrimas rebosan, Que removidas las mías, A mis pupilas asoman. Y pues donde tantos cantan Hay uno que a llorar osa, Entre si llore o si cante Estoy dudando, señora. Si intento escribiros versos, Dentro la mente se agolpan Cuantos primores y hechizos La naturaleza aborta. Que en este jardín de España Las inspiraciones sobran, Pues basta mirar la lumbre Con que el sol le tornasola, Los arroyos que le cruzan, Los jazmines que le bordan Y las bellas que le pisan, Cuantas maravillas brota, Para entonar tantos himnos, Tantas letras amorosas, Que antes que el canto se agote, Gastada el arpa se rompa. Pero al ver lo que ese triste Grabó

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Evelyn de Morgan, Helen of Troy  (1898)

7. Del ruido de las páginas pasadas

Las páginas del   Libro Grande   hacen mucho ruido al ser pasadas . Parecieran estremecidas por un escalofrío que solo ellas son capaces de sentir   en una tarde quieta y cálida como esta. Tengo hambre y tengo sed. Se me cierran los ojos a cada letra que voy uniendo y, sin embargo, he de seguir: que aunque la noche tarde en caer de nuevo   el duende puede abrir los ojillos en cualquier momento , puede desperezarse y aguzar el oído. Y descubrir el ruido inmenso que ,   al pasar ,   hacen las hojas de su Libro Grande …

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John William Waterhouse, Mariana in the South  (1897)

Ayer, al anochecer

Las sombras descendían, los pájaros callaban, la luna desplegaba su nacarado olán. La noche era de oro, los astros nos miraban y el viento nos traía la esencia del galán. El cielo azul tenía cambiantes de topacio, la tierra oscura cabello de bálsamo sutil; tus ojos más destellos que todo aquel espacio, tu juventud más ámbar que todo aquel abril. Aquella era la hora solemne en que me inspiro, en que del alma brota el cántico nupcial, el cántico inefable del beso y del suspiro, el cántico más dulce, del idilio triunfal. De súbito atraído quizá por una estrella, volviste al éter puro tu rostro soñador… Y dije a los luceros: “¡verted el cielo en ella!” y dije a tus pupilas: “¡verted en mí el amor!” Victor Hugo