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París...

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1919

24. Las letras

Remueve el suelo blando a su alrededor . Introduce las manos hasta las muñecas y saca las uñas sucias.   Busca almendras . - No hay más,   Titus B.   Créeme. Tiene hambre . Ha pasado mucho tiempo sin comer y se ha hecho más blanco y más chico . De él parece que solo quedara barba. Pero no hay más. No encontrará más. Por mucho que revuelva con ansia la tierra. Por más que la levante con los puños cerrados y luego los abra para dejarla caer hecha mil puntitos marrón oscuro. No hay más. Solo pude encontrar aquellas doce. Al final se cansa de una búsqueda que ya le anuncié perdida .   La luna, llena esta noche, ha terminado de hacerse dueña del cielo. El viento helado me reseca la piel. Me hace llorar los ojos y sangrar los labios. Es el mismo viento que se cuela en el bosque año tras año.   Cuando   allí afuera se encienden más luces de la cuenta y hasta aquí llega el eco de mil voces diciendo Navidad . Alarga la mano derecha y toma del suelo un palito.  Se p

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Plaza sola

Cuando se fueron todos Me quedé a solas con mi alma. Plaza cuadrada, con su fuente Sin una lágrima de agua. Balcones de piedra y de hierro. Tejados de teja dorada. Vencejos de la primavera Por el aire de la mañana… Qué sosiego volver, hablarte, Abrazarte con mis miradas, Besarte la boca de tiempo Donde el polvo seca la lágrima. Qué descanso poner mi oído Sobre tu madera encantada, Apurar las gotas de música De la caja de tu guitarra, Recordar, preguntar, soñar Ahora que nada importa nada… Borro los pájaros. Enciendo Un cáliz de oro ante una acacia. Y, de pronto, un rumor lejano, Como de mar que se desata, Órgano de oro que libera Sus ruiseñores y sus aguas, Viento del sur que pulsa y sopla Espigas y juncos y cañas… Ya los balcones solitarios Se han poblado de hombres que cantan, De hombres que sueñan y se yerguen En el umbral de la mañana. Las flores doblan su carmín Allá en las praderas lejanas. Las piedras sacud

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23. Macrocosmos / Microcosmos

Titus B.   tiene las manos muy chicas . Mucho.   Y bien regordinas . Tanto que ni siquiera se distingue en ellas dónde acaba y dónde empieza una falange.   Pero   son   muy diestras . Casi resulta increíble. Casi podrías decirme anda ya te lo estás inventando. Pero no es así. Son diestras de verdad y hoy están sentadas en el suelo. Bajo ese letrero que a esta hora no hace sombra porque ya se está haciendo de noche.   Mastica almendras . Las pela con esmero. Se las lleva hechas cachitos a la boca y las mastica con más esmero aún.   Yo me siento enfrente . El duende no me mira. Solo tiene ojos para las doce almendras que encontré en la tierra. -   Ya no estoy triste . Qué te creías. Lo ha dicho él. ¿Cuánto hace que no lo escucho hablar? -   Era el cosmos . Era el cosmos. El cosmos era el que estaba triste. Él no. Él nunca. Menos delante de mí. - ¿Acaso no sabes nada del microcosmos?   ¿Qué es el microcosmos ,   mujercita? El microcosmos. Sí que sé. Claro que sé.

Se creían libres...

     <<—Sí, Castel —dijo Rieux—, es casi increíble, pero parece que es la peste.      Castel se levantó y fue hacia la puerta.    —Ya sabe usted lo que van a responderme: "Ha desaparecido de los países templados desde hace años".      (...)     La palabra "peste" acababa de ser pronunciada por primera vez. En este punto de la narración que deja a Bernard Rieux detrás de una ventana se permitirá al narrador que justifique la incertidumbre y la sorpresa del doctor puesto que, con pequeños matices, su reacción fue la misma que la de la mayor parte de nuestros conciudadanos. Las plagas, en efecto, son una cosa común pero es difícil creer en las plagas cuando las ve uno caer sobre su cabeza. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas. El doctor Rieux estaba desprevenido como lo estaban nuestros ciudadanos y por esto hay que comprender sus dudas. Por esto hay que comprend

Tolstoy...

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Codex Manesse      <<En vano los hombres, amontonados por centenares y miles sobre una estrecha extensión, procuraban mutilar la tierra sobre la cual se apretujaban; en vano la cubrían de piedras a fin de que nada pudiese germinar en ella; en vano arrancaban todas las briznas de hierba y ensuciaban el aire con el carbón y el petróleo; en vano cortaban los árboles y ponían en fuga a los animales y a los pájaros; la primavera era la primavera, incluso en la ciudad. El sol calentaba, brotaba la hierba y verdeaba en todos los sitios donde no la habían arrancado, tanto en los céspedes de los jardines como entre las grietas del pavimento; los chopos, los álamos y los cerezos desplegaban sus brillantes y perfumadas hojas; los tilos hinchaban sus botones a punto de abrirse; las chovas, los gorriones y las palomas trabajaban gozosamente en sus nidos, y las moscas, calentadas por el sol, bordoneaban en las paredes. Todo estaba radiante. Únicamente los hombres, los adultos, continuaba