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El valle de los cerezos
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Una mañana, muy temprano, el Valle del Jerte se cubrió de flores blancas . De las flores más blancas que ningún ojo haya jamás visto. Un año esperando, y resultó aquella mañana. Yo las vi hermosas , dotadas de una belleza exultante , casi provocadora. En el Valle del Jerte las flores blancas son las reinas de aquel mundo . Reinas presumidas que gustan de atraer la atención de los visitantes. Reinas soberbias flanqueadas por montes arañados de terrazas: por cascadas cuyas aguas caen desde solo Dios sabrá dónde; por piedras gigantes de formas extrañas que incitan al visitante a dar un paso más, a acercarse un poco más a aquellas aguas… Otra mañana, otra noche quizá, las flores blancas reinas y hermosas morirán como nacieron: en medio del silencio, en mitad de la esperanza. Cuando eso suceda , el valle de los cerezos dormirá un sueño que durará más de trescientos días… hasta que el blanco vuelva a pintarlo de nuevo entero. Hasta que su reina regrese a
Para escribir
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Iliá Repin, Retrato de León Tolstói en su estudio Para escribir solo papel , lápiz y ganas. Una silla y una mesa desierta o atiborrada de folios, de libros, de ideas… Para escribir. Eso dicen los que saben. La punta del lápiz bien afilada . El teclado del ordenador dispuesto. Que nada te interrumpa . Que si eso sucede el caudal de agua invisible que corre por tu cabeza se cortará. Y entonces vendrá de nuevo la espera… Si no supieras de qué modo empezar, siéntate de todas formas. Levanta un momento la vista del cuaderno y mira hacia la ventana . Ella da a ese mundo del que a veces huyes. Ella… Te traerá el ruido de los coches . Las voces de los niños. El canto de los pájaros. Por gris que sea la tarde y seco se halle el río de tu mente . Mira . Escucha . Escribe ♡
Linda Lisboa...
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Si pienso en ella la veo amarillita . Con los pies mojados por el agua del Tajo, con el sol cayendo a chorros por sus calles marcadas de raíles. Tiene cicatrices , Lisboa . Sus cicatrices tienen forma de raíles. Y son hermosas, muy hermosas. Por ellas circulan los tranvías : rojos, amarillos, marrones, verdes… Bajan y suben. Bajan y suben. Acariciando su piel marcada . Como hormiguitas rápidas, coloreadas, que conducen al visitante hasta el lugar en el que un día estuvo la casita de San Antonio de Padua : frente a la catedral, en el corazón de la Alfama … el Santo Antonio querido. Luego el castelo de San Jorge . Un poco más arriba. A dos minutos a pie. Entre tiendas de recuerdos. Cantos callejeros. El castelo custodia la ciudad con ojos avisados -siempre abiertos, siempre expectantes- mientras Lisboa , risueña y despeinada, se deja mecer a orillas de un Tajo irreconocible junto a ella por lo soberbio . El Tajo parece feliz de morir en Lisboa . L