Pronto...

     <<Pronto advertí que cuando era libre no había vivido de la mejor manera posible, que había malgastado mis días, que tenía de qué arrepentirme… Sin ir más lejos, me acordaba de que algunas comidas no me gustaban, no las comía o solo lo hacía a medias, simplemente porque no eran de mi agrado; eso me pareció una falta incomprensible e imperdonable.  (...) Había también cosas de mi vida previa que me ponían nervioso o que, por ridículo que parezca, me daban miedo: ciertas asignaturas en el colegio, los profesores que las enseñaban, los exámenes y sus resultados, el comportamiento de mi padre al enterarse de las notas; me acordaba de esos temores y me divertía. (...) me imaginaba un día malo: madrugar, ir a la escuela y agobiarme, comer mal… y al imaginarme todo eso, enmendaba todas aquellas posibilidades malgastadas y fallidas o, simplemente, inadvertidas. Lo había oído decir, y ahora también puedo dar fe de ello: es verdad que las paredes de la cárcel no pueden poner límites a nuestra imaginación. El único problema era si mi imaginación me llevaba tan lejos como para olvidarme de mis manos, porque entonces la realidad restablecía sus derechos de la manera más concreta y contundente>>. 

 Imre Kertész, Sin destino

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