Una noche llenita de estrellas

          Titus B. se despertó una noche llenita de estrellas.

Una noche cálida de principios de verano que hizo que el duende abriera sus ojillos somnolientos, hinchados tras tantísimas horas de sueño, y me mirara y me sonriera. Y tomara entre sus manitas las lentes y se las colocase levantando luego mucho mucho la cara, los huequecillos de la nariz muy abiertos para aspirar la tibieza de aquel aire que taponaba las sombras.

Para rellenar con él sus pulmones diminutos.

Para expulsarlo luego convertido en un aliento suave que recorrió el bosque de parte a parte... Se acomodó las ropas, bostezó y me acarició el pelo.

¿Qué había soñado él todos estos meses? ¿Habría volado, acaso, el viejo duende también a París? ¿O lo habrían llevado sus sueños aún más lejos, hasta algún lugar remoto solo conocido a través de las leyendas y los cuentos?

- Mujercita –me dijo en un susurro, una chispa de alegría prendiendo sus ojos de viejo-, mira, mira mis sueños

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